ENVIDIA SANTA <br /> <br />No envidio a Pedro González Telmo <br />por haber sido deán en la catedral de Palencia. <br />¿Por qué tendría que envidiarlo? <br /> <br />Dice la leyenda que fue mundano, <br />desenvuelto y vanidoso <br />hasta que su caballo lo tendió en el barrizal <br />por picarle las espuelas <br />cuando quiso impresionar al respetable <br />en la ceremonia de su nombramiento. <br /> <br />Tampoco voy a envidiarlo porque fue <br />director espiritual de los ejércitos cristianos <br />que marchaban sobre Córdoba. <br />Menos aún <br />por ser depositario de los pecados reales <br />cuando era confesor privado de Fernando el Santo. <br /> <br />Ni lo envidio por haber vivido <br />en el majestuoso y criticado Medioevo, <br />o haber sido apóstol y predicador ferviente <br />en la gesta oscurantista de su época. <br /> <br />Comienzo a envidiarlo sí, cuando sus pies <br />llegaron a Cantabria y a Galicia, <br />volviéndose inspirador y consejero <br />de los gremios y cofradías marineras <br />que empezaban a pulular sobre las costas <br />de todo el norte de España. <br /> <br />Quisiera como él, vivir hasta después de muerto <br />en el recuerdo de los hombres que luchan con el mar. <br />Que resuene mi nombre entre las olas <br />y en las conversaciones que surgen en los puertos. <br />Que todos los barcos, grandes y no grandes, <br />me adopten como patrón entrañable, <br />para que así, la santa envidia que me ahoga <br />muera en noches de tormenta <br />cuando escuche a los marinos gritar, <br />mientras miran los penachos luminosos: <br />¡Fuego de Verano! ¡Fuego de Verano!
