NERÓN <br /> <br />Agripina no paraba en su deseo <br />de hacer danzar las saltatrices <br />al ritmo de la música imperial. <br /> <br />El viejo Claudio miraba aquella farsa <br />con sus ojos estáticos, <br />como clavado en el trono. <br /> <br />Británico había perdido la posibilidad <br />de ser coronado emperador, <br />no obstante los esfuerzos de su padre. <br /> <br />Fue así como tú, Lucio Dionicio Enobarbo, <br />cuyos vicios y excentricidades <br />fueron más producto de la época <br />que vocación personal, <br />te viste llevado a la suprema jerarquía <br />en medio de innumerables intrigas, <br />por los designios maternos. <br /> <br />Desoíste los consejos de tu preceptor <br />mostrando más amor hacia la plástica <br />que hacia las artes de la guerra, <br />más afinidad con la tragedia helénica <br />que con el teatro de los acontecimientos, <br />más sensibilidad por el canto de las sirenas <br />que por el tétrico alarido de los moribundos. <br /> <br />Gobernaste con relativa eficacia <br />sobre ese nido de víboras, <br />mejor que Calígula y Tiberio. <br /> <br />Lloraste desconsoladamente <br />cuando el incendio de Roma, <br />pero la calumnia prosperó <br />con el naciente cristianismo, <br />dejándote marcado ante la historia <br />como un ente feminoide, <br />endemoniado y pirómano. <br /> <br />Hoy que los ánimos caldean en otras latitudes <br />miramos tu decadencia con mayor serenidad, <br />y comprendemos porqué mientras caías <br />exclamaste desgoznado de amargura: <br />¡Qué gran artista pierde el mundo!
