Para Alí las piedras que se encuentra a diario en el camino no son las más dolorosas. Hace cuatro años que dejó Siria y desde entonces no ha podido ir al colegio. Su hermana Fátima lo cuida mientras sus padres trabajan recogiendo patatas. Antes de la guerra eran profesores y confía en poder seguir su ejemplo. Una esperanza que no tiene Nayah. Es ciega y desde que dejó su país en 2013 pasa la vida sentada en su tienda. "No me quedan sueños", nos cuenta emocionada. <br />Decenas de niños han nacido en este campo de refugiados en seis años de guerra. Muchos son apátridas, no pertenecen ni a Siria ni al Líbano. Porque conseguir un permiso de residencia cuesta 200 dólares, un precio que las familias, la mayoría numerosas, no se pueden permitir. <br />Huda no ha podido registrar a los suyos. Hamuda tiene tres años y sueña con volver a Siria. "Quiero conocer a mi abuela", nos dice. <br /> ONGs como Acción contra el Hambre les proporcionan agua y formación, pero necesitan trabajar. Sólo 2.000 pueden hacerlo legalmente. <br />Vivir en el olvido no es gratis. Cada familia paga 60 dólares al mes al dueño del terreno en el que se encuentran atrapados 'sine die'.
