<p>El conflicto palestino-israelí no es una balsa de aceite diaria en la que, de cuando en cuando, hay picos de tensión. Es una guerra abierta y soterrada, soterrada y abierta, desde hace 75 años. No abrirá informativos, pero en un día cualquiera pasan siempre muchas cosas: el Ejército israelí hace redadas en suelo palestino, los colonos ocupantes queman casas árabes, las colas en los checkpoints se eternizan y no siempre dejan pasar de un lado a otro, el muro ilegal da sombra y lienzo como desde hace más de 20 años, hay detenciones administrativas, hay demoliciones, hay provocaciones, hay ataques con cuchillo y atropellos masivos, hay cohetes, hasta cometas con explosivo, hay chispas que saltan donde hay convivencia, hay santos lugares disputados, hay tensión en el vagón de metro en el que todos coinciden en Jerusalén. </p><p><br></p><p>Todo eso, a la vez, en todas partes, todo el tiempo. Una locura. Frente a ello, el cansancio aparente de la comunidad internacional, de dirigentes a ciudadanos, ante lo que consideran que es más de lo mismo. Cuando hay lío, otra vez las milicias, otra vez los bombardeos, otra vez los ultras, otra vez Jerusalén... Pero no es otra vez, sino una vez más, llueve sobre mojado y nada de borra o se olvida, sino que se acumula. </p><p><br></p><p><br></p><p>Pues sobre esa base ha venido la nueva guerra entre Hamás y las milicias palestinas e Israel, la más dura vivida en la zona posiblemente desde la Guerra de Yom Kippur, en 1973. Y, sobre lo conocido, se añaden ahora detalles radicalmente nuevos, insólitos en el conflicto, que lo amplifican y complican, que multiplican las dudas y las preguntas y que, hoy por hoy, no tienen muchas respuestas. Nadie sabe en qué acabará esto, pero sí que estamos en otra fase.</p>
